Afortunadamente, estamos lejos de aquellas épocas en las que la Iglesia se pa-rapetaba tras el escudo de la autoridad y aplicaba la fuerza de la ley contra aquellos que sostenían que el cosmos, el universo o el ser humano pueden ser conocidos y explicados sin recurrir al origen divino.
Como hemos visto, el paradigma científico que explicó el cosmos durante todo el período de la Edad Media fue el geocentrismo de Ptolomeo, que no entraba en oposición con una lectura literal de la Sagrada Escritura.
La ciencia y la fe ofrecían relatos de comprensión de la realidad coherentes, no contradictorios. Sin embargo, con la llegada del Renacimiento se produjo un giro que rompió la relación entre ambas.
En primer lugar, Nicolás Copérnico (1473-1543) estableció que el Sol era el astro que ocupaba el centro del universo y que los planetas orbitaban a su alrededor. Este giro fue corroborado por las observaciones de Galileo y, posteriormente, explicado matemáticamente mediante las leyes del movimiento de Isaac New-ton (1642-1727). Nació así la ciencia moderna.
Por su parte, Galileo Galilei (1564-1642), utilizando un telescopio fabricado por él mismo, descubrió que había unas sombras en la cara visible de la Luna, las lunas de Júpiter, pudo describir las fases de Venus e, incluso, vio algunas manchas en el Sol.
El giro copernicano fue tomando cuerpo: la Tierra dejó de ser el centro del universo y se pudo comprobar que nuestro planeta, junto con los otros astros del sistema solar, giran alrededor del Sol.
El Salmo 104 es un canto de alabanza a Dios y a la belleza de la Creación. Es un poema inspirado en el Génesis y constituye una muestra de agradecimiento al Señor por sus infinitas bondades.
«Bendice, alma mía, al Señor: Dios mío, ¡qué grande eres! || Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. || Extiendes los cielos como una tienda, cons-truyes tu morada sobre las aguas; || las nubes te sirven de carroza. […] || Asentaste la tierra sobre sus cimientos, y no vacilará jamás; || la cubriste con el manto del océano, y las aguas se posaron sobre las montañas. […] || De los manantiales sacas los ríos, para que fluyan entre los mon-tes. […] || Desde tu morada riegas los montes, y la tierra se sacia de tu acción fecunda; || haces brotar hierba para los ganados, y forraje para los que sirven al hombre. […] || Hiciste la Luna con sus fases, el Sol conoce su ocaso. || Pones las tinieblas y viene la noche, y rondan las fieras de la selva».
Rincón bíblico
1 Busca en tu Biblia la versión completa de este salmo y del primer relato de la Creación (Gén 1, 1-31). Anota en una tabla las semejanzas y diferencias que observas entre ambos textos.
2 ¿Cómo reflejan estos textos la intención que tenía Dios al crear cada una de las realidades?
3 Realiza una línea temporal en la que aparezcan los elementos creados por día.